Nuestras ballenas jorobadas: privilegio y responsabilidad

 

Por: Marlene Testa

Especial para la Revista Viento y Marea


El mar se extendía hacia el infinito, más allá de Amador.  Bajo el sol de septiembre la brisa susurraba historias de otros tiempos.  Tendríamos el clima perfecto para disfrutar de un espectáculo casi sobrenatural: el tránsito de ballenas jorobadas por el Archipiélago de Las Perlas en Panamá.

 “¡Las jorobadas son panameñas!”, exclamaba con entusiasmo el guía turístico de un ferry que, periódicamente, realiza excursiones al archipiélago.  Expectativa.  Sorpresa. Asombro. Había escuchado los comentarios de los entusiastas del mar, pero nada se compara con vivir la experiencia en todas sus dimensiones.

El guía nos hablaba de los cetáceos: “Recorren más de 10 mil kilómetros – desde la Antártida— para aparearse y dar la bienvenida a sus ballenatos al sur del Istmo, en el Pacífico panameño. Durante su travesía y estancia en nuestras aguas, los cetáceos no se alimentan, pues han acumulado reservas de grasas que les permiten sobrevivir a los inviernos”.

El momento más esperado llegó. Cerca de cincuenta personas contemplamos algo que solo puede catalogarse como un milagro cotidiano. De las profundidades emergieron una ballena jorobada y su cría, pintando con sus cuerpos arcoíris sobre el mar.  Y así como aparecieron, sus siluetas se desvanecieron con pereza, dejándonos alucinados y con ganas de más.  Nuestro capitán apaga los motores para evitar que el ruido asuste a los cetáceos. Y llega un momento de paz en el que estamos en comunión con toda la naturaleza. No hay otra manera de describirlo.

Desde finales de junio hasta principios octubre pueden observarse estas criaturas cerca de nuestras costas: se trata del famoso avistamiento de ballenas, una experiencia que todos deberíamos tener aunque sea una sola vez en nuestras vidas.

Durante unas tres horas pudimos observar a más de quince ballenas.  En una ocasión aparecieron en manadas realizando impresionantes saltos, como  acróbatas del mar.   Uno solo de estos gigantes puede alcanzar longitudes hasta de 19 metros, para referencia, mucho mayor que bus ‘Diablo Rojo’, que mide 13 metros.

Cómplices de la naturaleza

La República de Panamá toma muy en serio la conservación y protección de las ballenas.  Formamos parte del bloque de protección de cetáceos, constituido por medio de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre (CITES) y el Convenio Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas de 1948.

Panamá también promulgó la Ley 13 de 5 de mayo de 2005, que constituyó en el país el corredor marino para la protección y conservación de los mamíferos marinos.

La Autoridad Marítima de Panamá (AMP), el Ministerio de Ambiente (MiAmbiente), la Autoridad de Turismo (ATP), la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (ARAP) y el Servicio Nacional Aeronaval (SENAN) están uniendo esfuerzos para divulgar el marco legal diseñado específicamente para el avistamiento de cetáceos.

“Es nuestro deber cuidarlas y protegerlas. Por ello que la AMP ha emitido la circular DGPIMA-014-DECCP-2024 en la cual se advierte a los buques mercantes y demás embarcaciones a que naveguen a una velocidad no superior a 10 nudos, desde el 1 de agosto hasta el 30 de noviembre de cada año.  Esta directriz busca reducir el riesgo de lesiones y colisiones mortales con las ballenas”, nos compartió el director general de Puertos e Industrias Marítimas Auxiliares de la AMP, Max Florez.

Esta medida aplica para los barcos que navegan por el golfo de Panamá tanto entrando como saliendo del Canal o que simplemente transiten por las áreas establecidas por la Organización Marítima Internacional (OMI) desde 2014.

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