Mi primer embarque: la próxima generación de marinos panameños
Por: Einar Valdés López
@einarvaldes
En ese
instante en que los pies tocan la cubierta por primera vez como parte de la
tripulación, todo cambia. La emoción se entrelaza con los nervios, el orgullo
con la incertidumbre. Lo que antes era una ilusión comienza a tomar forma: el
mar deja de ser una imagen en los libros y se convierte en una realidad que
respira, se mueve, exige.
Ese
primer embarque no es simplemente un requisito académico ni un paso
profesional. Es un rito de paso. El estudiante cruza un umbral invisible y
definitivo: deja de imaginar el mar y empieza a vivirlo con todos los sentidos.
Es el momento en que la vocación se pone a prueba, cuando se siente el peso —y
a la vez, la ligereza— de saber que, por fin, se está dando el primer paso
hacia la vida marítima.
En
Panamá, entre mares y sueños, hay jóvenes que no se conforman con mirar el
horizonte desde la orilla: quieren conquistarlo. Odalys Marín, Isaías Castillo
y Kimberly Pinzón, estudiantes de la Universidad Marítima Internacional de
Panamá (UMIP), decidieron dar el salto. No fue fácil. Cada milla recorrida
estuvo marcada por madrugadas de estudio, sacrificios silenciosos y una fe
inquebrantable en lo que el mar les podía ofrecer.
Su primer
embarque no solo los llevó a bordo de un buque: los llevó a bordo de sí mismos.
A partir de ese momento, dejaron de ser aspirantes y comenzaron a escribir su
historia como marinos formados en su patria, pero con la mirada puesta en los
mares del mundo.
De tierra firme al horizonte
Isaías Castillo
creció en calle séptima de Pueblo Nuevo, distrito de Panamá. Desde los 15 años ya
tenía claro el rumbo que quería tomar. Los estudios marítimos no eran una idea
pasajera, sino una convicción que no hacía más que crecer. "Mi papá estaba
feliz -iba a seguir su misma línea, solo que en una escala mucho más grande. Mi
mamá siempre me apoyó en todo sin cuestionarlo. Pero no todos lo entendieron así.
Algunos familiares eran más escépticos; uno quería que me metiera a la policía,
pero yo sabía que eso no era para mí”, cuenta Isaías con firmeza.
Eligió Ingeniería
Náutica en Maquinaria Naval, una carrera exigente que lo retó desde el inicio y
lo obligó a dejar atrás gente y cosas que amaba. La pandemia de COVID-19 lo
sorprendió en plena formación, y aunque la vivió como un obstáculo, logró
superarla con determinación.
La primera
experiencia profesional de Isaías se acercaba como una marea inevitable. Y
aunque el entusiasmo lo impulsaba, también sabía que no bastaba con la
preparación técnica: debía estar listo para navegar en un entorno global.
El inglés se
convirtió en su pasaporte hacia la comprensión, la integración y el respeto
profesional. Había que hablarlo y entenderlo en todas sus formas: en
instrucciones precisas, en conversaciones informales, en silencios compartidos
con personas de culturas distintas. Isaías se preparó con disciplina,
consciente de que dominar el idioma era clave para estar a la altura del desafío
que lo esperaba en altamar.
La Galveston Offshore Lightering Area (GOLA) fue el escenario de su primera oportunidad, frente a las costas de Texas, Estados Unidos, en un supertanquero que durante dos meses navegaría hasta China.
“Uno sale capacitado
una vez termina todos los estudios, pero la realidad es otra y muchas veces te
domina el temor, si puedes hacerlo o no y todos los factores externos como la
familia, el tiempo que estás afuera... todo eso es una mezcla perturbadora. Te
exigen más y más, pero uno tiene que responder y pensar con cabeza fría para
realizar las tareas”, recuerda el joven marino.
En su primer
embarque, Isaías enfrentó desafíos que pusieron a prueba su carácter: soportar
el calor extremo en el área de máquinas, lidiar con temperamentos diversos y
renunciar a momentos familiares importantes. A pesar de las dificultades, una conversación
con el capitán le dio claridad: el mar era su destino. Esa experiencia lo
transformó, reafirmando su vocación y fortaleciendo su compromiso con la
carrera marítima. Ahora, con la convicción de quien ha vivido mar adentro,
Isaías se prepara para su próxima meta: cruzar el Canal de Panamá y cumplir un
sueño profundamente personal y profesional.
Con Mariato en el
corazón
Veraguas es la única
provincia panameña bañada por el Pacífico y el Atlántico. Al sur se encuentra
el distrito de Mariato. Ahí creció Odalys Marín. Esa conexión con el mar
siempre estaría presente en su historia.
A los 10 años visitó
junto con sus padres las Esclusas de Miraflores del Canal de Panamá. Esa
experiencia activó en ella el deseo de estudiar una carrera vinculada al mar. “Había
un portacontadores pasando y le dije a mi mamá y a mi papá: eso me gusta,
quiero algún día ser parte de eso, estar ahí dentro”, recuerda Odalys.
Desde aquel momento
empezó a investigar dónde podía estudiar y qué necesitaba para formar parte de
aquel microuniverso. Terminó su educación premedia en su pueblo, luego se
trasladó a Santiago, capital de la provincia. Culminada su preparación
secundaria, viaja a la ciudad de Panamá para ingresar a la UMIP en 2020.
El ingreso a la
universidad se complicó: era futbolista y sufrió una grave lesión en la
rodilla. Pasó mucho tiempo en recuperación, primero en silla de ruedas, luego
muletas y más adelante terapia para volver a caminar. Pero fue en el mar, en playa Reina donde, más
allá de lo físico, dio sus verdaderos primeros pasos tras el accidente.
La doctora de la
universidad le informó que no podía ingresar a la carrera. La única opción que le ofrecían era cambiarse
a Biología. “Yo no quiero Biología,
yo quiero estar en los barcos”, respondió con determinación. “Luego llegó la
pandemia, las clases se volvieron virtuales y la doctora me dijo: ‘Marín,
¿estás interesada todavía? Mira que vamos a empezar virtual, ¿tienes tiempo
suficiente para recuperarte?’ Acepté sin dudarlo. Todo pasa por un motivo”.
Las clases virtuales
también fueron desafiantes; en Mariato no había señal de internet, solo de
telefonía. Le tocaba ingresar tarjetas a
su celular cada cinco días para mantenerse conectada y aún así los datos no
funcionaban bien. Así pasó todo un año, pero esas limitaciones le hicieron amar
más su carrera.
Sus padres hicieron
un gran esfuerzo por costear su carrera. Aquel compromiso familiar se vio
fortalecido cuando Odalys obtuvo una beca al graduarse como primer puesto de
honor de su promoción. Al costo de la universidad había que añadir el
hospedaje, transporte y alimentación, algo que supone un reto adicional para
los jóvenes del interior que estudian en la capital, pero su familia siempre
fue su principal soporte.
“Si tú escoges algo
que realmente te gusta y te nace hacer, no lo ves como un trabajo, lo ves como
parte de tu vida: te lo disfrutas y lo gozas. Siento que escogí la carrera perfecta, que
estoy en el lugar donde quiero estar...” nos comparte con entusiasmo.
Esa inolvidable
primera vez la tuvo en una empresa que valora la participación de las mujeres
en el sector marítimo. Viajó hasta Singapur donde estaba su puerto de embarque
y conoció los mares de Irak, Taiwán, China, India y Estados Unidos.
Fue la única mujer, —además
la única latina—, en una tripulación de 22 personas. Uno de los ingenieros a
bordo le dijo que se había equivocado con ella, al ver que realizaba tareas que
anteriormente solo hacían los hombres. “Hay que romper estereotipos. Poco a
poco vamos derribando barreras y ganando espacios”, expresó Marín.
Reconoce que formar
una familia no es fácil para quienes trabajan en el mar. Con el dinero de su
primer embarque, ahorró para comprar ganado. “Yo amo estar en mi campo, así
que, si decido después formar una familia, mis niños tendrán que aprender a
criar vacas”, comenta Odalys entre risas.
Nada es coincidencia
Cada historia es
distinta, pero todas comparten un mismo latido: el deseo profundo de hacerse al
mar, de demostrar que la vocación puede más que los obstáculos. Kimberly Pinzón
también vivió su primer embarque con una combinación de emoción, nerviosismo y
determinación. Su camino está marcado por los sacrificios personales,
disciplina, coraje y corazón.
“Decidí que era una
buena oportunidad para mí, no solo para enriquecerme profesionalmente, sino también
para representar a mi país”, comentó mientras explicaba que su familia confió
en ella cuando les dijo que quería formarse en dicha especialidad. La
preparación académica fue difícil; las matemáticas y los asuntos técnicos
requerían mucha concentración.
El proceso para su
primer embarque fue bastante largo, ya que debía cumplir con todos los
requisitos de la universidad, desde la parte médica, exámenes de inglés y
trámites administrativos. Se contactó con una empresa de buque de contenedores
“La verdad fue una experiencia increíble, no hay forma de describirla hasta que
uno está allí y ver lo que es estar lejos de casa, estar representando a tu
país: poniendo al fin en práctica esos cuatro años de esfuerzo en la
universidad”, recordó.
Su primer barco
realizó una ruta entre Brasil, Estados Unidos, Colombia y Panamá. Fue un
embarque de siete meses. Allí tuvo contacto directo con todo lo que había
aprendido en la universidad. Se encargó de toda la parte eléctrica de la
embarcación. Comenzó como asistente del ingeniero eléctrico. Poco a poco se fue
ganando su confianza y le asignaron más responsabilidades, como la inspección y
mantenimiento de contenedores frigoríficos, mantenimiento del alternador de los
generadores, la revisión de los motores y verificar el funcionamiento del
electromagnetismo en los motores eléctricos.
Debemos esforzarnos y demostrar que el esfuerzo y la resiliencia no tienen género”, dijo con determinación.
Hoy, con su primer
embarque cumplido, estos jóvenes saben que el verdadero viaje apenas comienza.
Les esperan mares lejanos, decisiones que forjan carácter y encuentros con
culturas que ampliarán su visión del mundo. Pero no navegan solos. Llevan
consigo lo esencial: la pasión que los impulsa, la formación que los respalda y
una bandera que no solo representa su origen, sino también su compromiso de
dejar en alto el nombre de Panamá en cada puerto que toquen.




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